Recordamos mejor los chistes malos que los buenos. Los giros inesperados que hacen que un chiste sea bueno son los que lo hacen difícil de recordar. Lo dice un grupo de psicólogos de la universidad estadounidense de Maryland. Los buenos chistes funcionan al revés que las canciones donde la rima, el ritmo y la repetición refuerzan la memoria. Por el contrario, la estructura y los finales previsibles de los gags más comunes los hacen fáciles de prever.
Las cosquillas también provocan la risa a los chimpancés, a los orangutanes y a los gorilas más jóvenes.
Sus chillidos son diferentes a las carcajadas humanas, pero se consideran risas según un grupo de científicos de la universidad británica de Portsmouth. Los datos demuestran que la risa se originó hace más de 10 millones de años en un antepasado común aunque después la evolución se encargó de exagerar el sonido de la risa humana.
En los años 50, el ingeniero Charlie Douglas se hizo de oro gracias a la risa. Se le ocurrió grabar risas para ponerlas en los programas de televisión de humor que se grababan sin público. Los productores estaban encantados con las nuevas risas enlatadas. Desde entonces los chistes ya siempre fueron graciosos.
Los científicos también llevan tiempo grabando risas, pero no para contagiárnoslas sino para comprender por qué reímos. Y es que esos sonidos extraños que emitimos los humanos y otros animales son todo un misterio. Todavía no sabemos por qué soñamos, por qué nos besamos ni tampoco por qué reímos. Tres de las mejores cosas de la vida siguen sin tener una explicación definitiva.
Sabemos que uno se puede morir de risa como le ocurrió a un albañil inglés en 1975 mientras veía un programa en la tele. Y sabemos que la risa es muy contagiosa. De hecho, en 1962 en Tanzania se produjo una epidemia de risa que duró más de medio año.
Se ha visto que la risa activa en nuestro cerebro los mismos circuitos que el amor y que reír mejora nuestro sistema inmunológico y nos ayuda a combatir el estrés.