Seguimos hablando de mujeres. De mujeres en la universidad, donde son mayoría incluso, pero no siempre ha sido así. Acaba de cumplirse un siglo de su acceso legal a las aulas. Antes las mujeres sólo podían asistir a las clases si tenían un permiso especial o si se hacían pasar por chicos.
Con esta real orden publicada hace 100 años se abrían las puertas de la universidad a las mujeres. Antes, sólo 36 españolas, entre ellas María Helena Maceras primera alumna de medicina en la Facultad de Barcelona, habían conseguido una licenciatura después de superar barreras como la autorización del consejo de ministros o asistir a clases siempre acompañadas por un varón. La universidad dejaba de ser un territorio vetado para ellas a principios de siglo, pero sólo para unas pocas privilegiadas. 70 de cada 100 mujeres eran analfabetas.
A las pocas licenciadas o tituladas les esperaba un camino lleno de dificultades para ejercer su profesión. Este contrato de maestras de 1923 es sólo un ejemplo. Tenían que renunciar al matrimonio, no podían andar acompañadas de hombres, ni fumar, ni maquillarse, ni vestir ropas brillantes o teñirse el pelo.
A pesar de los obstáculos las mujeres fueron ocupando cada vez más sillas en la universidad aunque en 1966 su presencia en las aulas todavía era noticia.
Les cuesta admitir que en ciertas profesiones la mujer pueda llegar a donde ellos.
En 1970, las mujeres eran ya más del 30% de los universitarios. 16 años después, en 1986, la paridad llegó a los campus.
Ahora sesenta de cada cien licenciados son mujeres, pero sólo diez han llegado a ser rectoras a lo largo de nuestra historia. Unas cifras que demuestran que las mujeres han conquistado los pupitres en los campus, pero no sus despachos.