El Chocó: Las orquídeas

Y mientras las montañas envueltas en nubes del Chocó han favorecido la evolución de una incalculable diversidad de aves, este mundo acuático permite a un grupo prosperar mucho más que ningún otro: las orquídeas. Se estima que Colombia alberga más de 5.000 especies de esta planta, casi una quinta parte de todas las orquídeas de la Tierra. Florecen en una sorprendente multitud de formas, colores y configuraciones.

Cada valle atravesado por un río, actúa como una isla. Cada barranco esconde la posibilidad de una nueva especie. Las gotas se transforman en chorros. Las paredes rocosas se convierten en cascadas. Pronto los riachuelos que fluyen como venas a través de las rocas llegan abajo, al corazón del Chocó. A medida que la temperatura aumenta las orquídeas son más grandes y más extravagantes.

La coryanthes u “orquídea cubeta” ha encontrado su propia isla, estableciendo una relación especial con los hormigueros que penden del dosel arbóreo. Atendida por miles de obreras, sus raíces proporcionan al nido una estructura sobre la que crecer. Y a cambio, estas jardineras protegen con fervor a la orquídea de los depredadores, y le aportan los nutrientes de la comida que recolectan. Estos jardines de hormigas son el único entorno en el que pueden florecer y prosperar.

La floración solo dura entre dos y tres días al año, así que no hay tiempo que perder. La orquídea esparce el aroma en el aire, y su fragancia especialmente diseñada flota en medio de la brisa. En su periplo recolector de muy variadas fuentes, desde orquídeas y hongos hasta madera putrefacta y hojarasca, las abejas de las orquídeas macho llegan a recorrer hasta 50 kilómetros en busca de estos aromas, con los que elaboran un perfume para atraer a las hembras.

La Coryanthe les resulta irresistible y los machos están impacientes por agregar esta valiosa fragancia a su colección. A medida que se aproximan más y más machos, el espacio aéreo se congestiona y esta orquídea tiene una agenda oculta. La flor segrega unas gotas a través de sus pléurides gemelas, unas glándulas productoras de agua exclusivas de esta especie. Las abejas se acercan cada vez más, hipnotizadas por el aroma.

Hasta que caen prisioneras en la trampa engañosa de las flores. Las paredes lisas y resbaladizas no ofrecen el menor apoyo, y un agua pegajosa impregna sus alas hasta inutilizarlas. Prisionera en el epiquilo de la orquídea, la reacia abeja solo tiene una vía de escape. Mientras se debate por el estrecho y deslizante túnel pasa por debajo de los órganos reproductivos de la orquídea, donde se queda atascada.

Solo determinadas especies de abejas de las orquídeas pueden polinizar esta flor. Si es demasiado grande no podrá escapar y si es demasiado pequeña pasará con facilidad. Pero esta tiene el tamaño idóneo. Un saco polínico queda adherido a su abdomen.

Después del secado de las alas, la dura prueba concluye al fin, y la abeja queda tan traumatizada que no volverá a acercarse a esta flor, evitando así la autopolinización. En vez de ello, transportará involuntariamente su cargamento a una nueva orquídea, en otra zona del bosque.

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